(Autor: Pedro Barrero)
El marfil es una materia orgánica, dura, opaca, compacta y de color blanco o amarillento. Este término procede del andalusí como azm al-fil que viene a significar “hueso de elefante”, aunque la realidad nos presenta la posibilidad de que su procedencia sea de dientes, colmillos o cornamentas de diferentes animales vertebrados.
La técnica de realización de piezas con esta material, ya sea para uso decorativo y suntuario, o bien para la elaboración de objetos de uso cotidiano y doméstico, independientemente de sus cualidades artísticas, recibe el nombre de eboraria.
Esta técnica se encuadra en las mal denominadas “artes menores” ya que es una técnica y material de primerísimo nivel, pero su uso ha estado relegado a piezas de pequeño formato, ajuares domésticos y eclesiásticos o guarnición en mobiliario, platería y joyería.
Su uso se extiende desde la Prehistoria hasta nuestros días, y aun pudiendo apreciar a simple vista diferentes grafismos, tipos y temas, es crucial para una correcta datación y valoración conocer el material y la técnica. A esto hay que añadir que a lo largo de la historia estos procedimientos no han variado mucho debido a la delicadeza del marfil.
Así pues, la metodología eboraria no difiere mucho de la aplicada de forma coetánea a la talla en madera, incluso pueden encontrarse marfiles policromados. Los instrumentos de elaboración son entre otros: buriles, escalpelos, compases, trépanos, sierras, tornos… aunque es necesario apuntar que desde los albores del siglo XX se introducen en esta manufactura sierras giratorias, taladros y en definitiva toda herramienta mecánica de uso rápido y preciso que la tecnología ofrece a los artífices. Por norma general, la talla de una imagen en marfil puede realizarse en una misma pieza o por la contra, en diferentes partes y posteriormente ser ensambladas o unidas con algún tipo de resina.
Atendiendo a esto, además de la tipología y técnica, es crucial conocer el material. Si generalmente se conoce por marfil el colmillo del elefante, no hay que pasar por alto lo que se conoce como “marfil muerto”, este no es otra cosa que colmillo de mamut, y también el de hipopótamo, rinoceronte, morsa, narval, cachalote, orca o jabalí. Muchas de estas especies se encuentran amparadas por la CITES debido a la excesiva explotación que este material ha tenido en el comercio internacional, por este motivo para la compraventa y exportación de estos bienes es necesaria una solicitud de regulación. También existen estrictas normativas nacionales y supranacionales que regular la obtención, producción y comercialización del marfil.
Debido a esto es posible encontrar sucedáneos del marfil e imitaciones sintéticas, existen materiales como el hueso, la concha, asta de ciervo o toro e incluso la nuez de corozo que se utilizan como sustituto del marfil, hecho que tiene una importante repercusión económica en la valoración de estas piezas.
Para poder determinar de qué material orgánico se trata es necesario el ojo del experto; inspeccionar el marfil visualmente es crucial, también examinar la pieza con lupa 10x para localizar las denominadas “líneas de Schreger” y ver qué tipo de ángulo presentan, o si por el contrario es una superficie porosa, poder determinar que se trata de material óseo.
Históricamente los principales núcleos productores de esta manufactura han sido Europa, territorios coloniales como los contextos hispano-filipinos, luso-indio y afroportugués y Asia, especialmente Japón.
En nuestro país por lo general es común encontrar ejemplos europeos e hispano-filipinos debido al conjunto de embarcaciones españolas que una vez al año realizaban una ruta comercial desde Manila a Nueva España, esta relación comercial entre colonias se conoce como “Galeón de Manila” o “Nao de China” y fueron indispensables en el comercio del marfil entre los territorios de ultramar y la metrópolis.
Es común, y atendiendo a la naturaleza de estas líneas, encontrar crucificados de marfil en colecciones particulares. Por lo general a nuestros días han llegado piezas desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XX. Esta tipología cristífera ha tenido diferentes usos a lo largo del tiempo, si bien han podido tratarse de devociones particulares o estar presente en oratorios privados. También es común que el devenir del tiempo y el cambio en las costumbre religiosas relegaran estas piezas a simples elementos decorativos debido a la calidad del material y la exquisitez de su manufactura.
Normalmente pueden encontrarse en el soporte original, es decir, en cruces realizadas en maderas de buena calidad o incluso en metales como la plata recreando el Calvario. Aun así, también existe la posibilidad de que se encuentren exentos de todo soporte o enmarcados, es decir, sobrepuesto en una base forrada de textiles como terciopelo, sedas, damascos, brocados o muaré y delimitados por marcos de cierta categoría que realcen la talla. Una inspección visual de la efigie podría determinar esta afirmación; si la imagen por la parte trasera presenta un buen grado de desarrollo probablemente estuviera concebida para verlo en 360º.
El coleccionismo de tipologías religiosas en nuestro país es una constante, por ello es común que personas con gusto y sensibilidad hacia el arte y las antigüedades adquieran este tipo de piezas. También han podido llegar a nuestros días por herencia, ante ello lo mejor es contactar con profesionales que asesoren y valoren la pieza, ya sea con intención de venderlo por su valor real o simplemente conocer lo que se tiene para una correcta conservación y poder legarlo a generaciones venideras.
No hay que pasar por alto que se trata de una pieza religiosa, aunque los artífices trabajaran para la Iglesia, también es común la realización de estas piezas para uso y disfrute personal como anteriormente se ha mencionado.
Son diferentes los avatares históricos que han hecho que los crucificados de marfil pasaran de formar parte de tesoros de iglesias y conventos a domicilios particulares; guerras, desamortizaciones o la necesidad de los templos por recaudar fondos ha hecho que piezas que en un primer momento estaban concebidas para el entorno sacro pasen a estar en colecciones públicas o privadas.
En esta misma línea habría que apuntar a los cambios que se producen en el rito religioso, hasta el Concilio Vaticano II en la mesa de altar siempre debía estar presente una talla de Jesucristo colocada frente por frente al sacerdote que se encontraba de espalda a los fieles. Tras la renovación que sufre la Iglesia en ese contexto muchas piezas de esta tipología pierden su función o se opta por la utilización de tallas más modestas, la gran mayoría de las veces de pastas de madera o resinas, como por ejemplo las realizadas por la Fábrica Olot.
En nuestro país, estas piezas cristíferas suelen responder a los cánones españoles de los siglos XVII-XVIII, en centurias anteriores los rasgos son más serenos, Cristo suele representarse muerto y con una anatomía menos desarrollada. Por ello aunque se tratarse de una hechura del XIX o principios del XX pueden seguir tipologías anteriores.
Indistintamente pueden presentarse uno o dos clavos en los pies, aquí entramos en un tema que tiene su origen en los controles que realizaba la Inquisición en las representaciones religiosas realizadas en el XVI-XVII en madera u otro material, en centurias posteriores este control se relaja y se encuentran piezas indistintamente con cuatro o tres clavos. Quizás en el caso del marfil responda a una adaptación de la talla a un material caro, escaso y que no permite modificaciones.
Siguiendo con lo expuesto, el paño de pureza suele ser muy teatral en comparación con siglos anteriores y se intenta mostrar la mayor parte del cuerpo que el decoro religioso permite. Con respecto a la anatomía se pretende mostrar nuevamente efectismo y virtuosismo por parte del autor. En el caso de manufacturas españolas las manos pueden aparecer tanto cerradas como abiertas.
Atendiendo a los ejemplos que han llegado a nuestros días podría comentarse que las tipologías presentes en la escultura en madera o pintura del siglo XVIII tendrán su respuesta en el marfil de forma coetánea, pero comúnmente también con cierto atraso.
Estas antigüedades tienen muy buena acogida en ferias, anticuarios y en subastas tanto de ámbito nacional e internacional. Hay diferentes factores que determinan su precio: la calidad del material, dimensiones, procedencia, conservación, autoría… atendiendo a estos factores el rango de precio puede oscilar desde los 800 € a los 30.000 €, e incluso cifras más elevadas.
- AA.VV., Entender el Arte: La Eboraria. Seminario Permanente de Artes Decorativas, Universidad de Córdoba, Córdoba (España), 2018.
- BARTOLOMÉ ARRIAZA, A., Las artes decorativas en España (I y II). Summa Artis, Vol. XLV y XLVI, Espasa Calpe, Madrid, 1999.
- ECHEVERRÍA, J.M., Coleccionismo de marfiles. León, 1980.
- ESTELLA MARCOS, M., “La escultura de marfil en España” en VV.AA., Las Artes Decorativas en España. Summa Artis, vol. XLV. Madrid, 1999. (pp. 382-384).
- ESTELLA MARCOS, M., La escultura barroca de marfil en España. Las escuelas europeas y las coloniales. Madrid, 1984.
- SEMPERE Y GUARIÑOS, J., Historia del lujo y de las leyes suntuarias en España. 2 Vol. Madrid, 1988.
[Subastas Lamas Bolaños]
[Cristo crucificado, principios s.XX]
[Escultura en marfil tallado sobre cruz en madera de ébano y extremos de plata]
[Cristo: 76 x 41 cm. Cruz: 112 x 61 cm]
[Estimación: 16.000 – 19.000 €]